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Relaciones diplomáticas España-Cuba (II y final)

CON LA LLEGADA DE D. FRANCISCO GUTIÉRREZ DE AGÜERA Y BAYO A LA HABANA, EL 20 DE AGOSTO DE 1926, A BORDO DEL TRASATLÁNTICO CRISTÓBAL COLÓN, POR FIN SE ALCANZABA EL RANGO DE EMBAJADA DE ESPAÑA EN LA CAPITAL DE CUBA. ASÍ OCURRIERON LOS HECHOS…

POR: MIGUEL ÁNGEL ALVELO CÉSPEDES alvelo@alvelo.org

Iniciamos esta segunda parte con un hecho histórico en las relaciones diplomáticas España y Cuba: la llegada de D. Francisco Gutiérrez de Agüera y Bayo, primer embajador de España en La Habana, el 20 de agosto de 1926, a bordo del trasatlántico Cristóbal Colón. En medio de una gran expectativa, acudieron para darle la bienvenida: D. Pablo Soler y Guardiola, ministro de la sección diplomática española; también presidentes del Casino Español y de otros centros regionales, representantes de la prensa, así como numerosas personalidades de la colonia. Con el arribo de D. Francisco Gutiérrez de Agüera y Bayo se alcanzaba el rango de Embajada de España en La Habana.

El golpe de estado perpetrado los días 13 y 14 de septiembre de 1923, por el General Primo de Rivera, con el respaldo de Alfonso XIII, impuso una nueva dinámica en la organización administrativa de los servicios diplomáticos españoles, hasta entonces regulada por la Ley Orgánica de las Carreras Diplomática, Consular y de Intérpretes, que promulgó el presidente del Gobierno, D. Práxedes Mateo Sagasta, el 27 de abril de 1900.

Como casi siempre ocurre con la aparición de un nuevo gobierno, se produjeron transformaciones en la administración del Estado, de modo que Primo de Rivera se dio a la tarea de fortalecer su imagen en exterior, lo cual se expresó en el incremento de los representantes diplomáticos entre 1923 y 1930:

[1923] 11 representaciones con 1 embajador, 8 ministros plenipotenciarios y 18 encargados, secretarios y agregados. Total: 27 diplomáticos. [1924] Igual número de representantes y representaciones.

[1925] 19 delegaciones con 30 cónsules de carrera y 223 honorarios. Total: 253 cónsules.

[1926] Igual número que el año anterior.

[1927] 19 delegaciones con 29 cónsules de carrera y 243 honorarios. Total: 272 cónsules.

[1928] 19 delegaciones con 31 cónsules de carrera y 251 honorarios. Total: 282 cónsules.

[1929] 19 delegaciones con 31 cónsules de carrera y 250 honorarios. Total: 281 cónsules.

[1930] 19 delegaciones con 31 cónsules de carrera y 260 honorarios. Total: 291 cónsules.

Que se nombrara el Embajador de España en La Habana fue un trabajo de años por parte del ministro de la sección diplomática española en la capital cubana, D. Alfredo Mariáteguie y Carratalá; el ministro de Estado plenipotenciario de Cuba en Madrid, D. Mario García Kohly; el presidente de la República de Cuba, D. Alfredo Zayas y Alfonso, y el General español D. Miguel Primo de Rivera. En ese grupo habría que mencionar, además, al periodista y corresponsal del Diario de la Marina en Madrid, D. Lorenzo Frau Marsal. Había una presión también por parte de la colonia

española en la Isla e igualmente por parte de la directiva del periódico Diario de la Marina.

LAS PECULIARIDADES DE CUBA

Fue en febrero de 1924 cuando el General Primo de Rivera, presidente, hizo unas declaraciones para el corresponsal del Diario de la Marina, Frau Marsal, manifestando que en la próxima publicación de la Gaceta de Madrid daría a conocer su interés de que existiera en Cuba una embajada, un hecho que además veía como muestra de reciprocidad de España y Cuba.

A su vez, por esa fecha, estaba en proceso de maduración el proyecto de la elevación a la categoría de Embajada de España en La Habana, a cargo de D. Clemente Vázquez Bello, presidente de la Cámara de Representantes de Cuba. El Embajador de Cuba en Madrid percibiría un sueldo de 9 000 dólares, más 16 000 en concepto de gastos de representación, y 12 000 para el alquiler de su residencia.

El ministro consejero Alfredo Mariátegui también realizó sus cálculos para determinar el gasto de la representación de la Embajada de España en La Habana: se manejaba la cifra de 16 400 dólares anuales, a los que habría que añadir otros 400 en alquiler. Sabían que el gasto era superior por la cantidad de españoles residiendo en la Isla, y esto se traducía a eventos organizados por la sede diplomática, desplazamiento por diferentes provincias, etc.

El salario del Embajador de España rondaba 10 000 pesos cubanos, más 17 000 para gastos de representación. El consejero de la embajada recibiría 5 000 y 4 000 pesos por ambos conceptos.

Pero el trabajo por conseguir definitivamente ambas Embajadas no cesaba. En Madrid, Mario García Kolhy, ministro de Estado plenipotenciario de la República de Cuba, continuaba sus contactos, y a finales de marzo mantuvo una conversación con Primo de Rivera en la cual estaba los fundamentos que justificaban «la elevada y generosa iniciativa de V. de corresponder a los propósitos del gobierno de Cuba, respecto a su representación diplomática de España, elevando a embajada la categoría de su legación en mi país». La audiencia terminó con el compromiso del diplomático cubano de enviar, cuanto antes, unas notas sobre el particular al jefe del gobierno español, las cuales fueron remitidas el día 28 de marzo, figurando el 2 de abril como el día de entrada en presidencia del Directorio.

García Kohly aconsejó la adopción por España de una medida similar, e incluso sugirió lo positivo de que el Directorio se anticipara a su propósito, «no ya por motivos de reciprocidad elemental en las relaciones diplomáticas entre los pueblos, sino por razones de conveniencia, entendimiento patriótico nacional».

Los argumentos esgrimidos para sostener tal afirmación estaban en las peculiaridades de Cuba dentro del mundo hispanoamericano, «la más propia y característica de las hijas de España». El alto porcentaje de españoles integrantes de la población de la Isla, «según los últimos censos, asciende a más de 3 230 000 habitantes», de los cuales «el 15 por ciento de la población total está constituido por españoles; alcanzando solo un 4 por ciento el total de otros elementos extranjeros de las demás nacionalidades». Era este un contingente en continuo crecimiento, «proporcionando a España una amplia compensación remuneratoria», expresada en los capitales. García Kohly abundaba en el tema, recogiendo los datos publicados por el Consejo Superior de Emigración, organismo que cuantifica en 93 246 el número de emigrantes nacionales que salieron en 1923.

El mandato del presidente Alfredo Zayas acababa, pero el proceso al restablecimiento de las embajadas estaba ya encauzado, correspondiéndole a su sucesor, el general Gerardo Machado, el honor de nombrar al primer embajador de Cuba en Madrid y de recibir al primero de España en Cuba. Pero esto no ocurría hasta agosto de 1926.

La famosa iniciativa de Clemente Vázquez Bello fue aprobada por la Cámara de Representantes de Cuba en la última sesión del período congregacional terminado el 30 de junio de 1925. El Senado se ocuparía de ella en el período de sesiones siguiente, a partir del 1ro. de noviembre. Para entonces ya estaba claro el apoyo del nuevo presidente a la medida.

El hecho histórico se patentizaba el 31 de agosto de 1926, con la presentación de las cartas credenciales del primer Embajador Español en La Habana, D. Francisco Gutiérrez de Agüera y Bayo. El acto estuvo revestido de un ceremonial propio de tales ocasiones, aunque cargado de una brillantez, significación y trascendencia muy superior a la habitual, como reconoció la prensa habanera y manifestó el propio embajador.

El discurso del representante de España hacía una obligada referencia a la historia en común, a Cuba «hija predilecta de la nación descubridora y civilizadora de la mayor parte del continente americano», y también «la más joven y pujante de las naciones desprendidas del viejo tronco secular español, no podemos dejar de reconocer la contribución de la colonia hispana a la prosperidad de la Isla, Igualmente agradecido la generosa hospitalidad brinda por los cubanos, que son los sentimientos de ambas familias por los vínculos de ambas naciones». El Embajador se refirió que «Cuba era respirar un solo mismo ambiente espiritual, en el que entran como vitales e indestructibles componentes la religión, el idioma, las costumbres y hasta el carácter».

En su discurso el presidente cubano Gerardo Machado comenzó también con recuerdos al pasado familiar de España y Cuba, y también hizo alusión a olvidar las viejas luchas sin rencores, y enfatizó que su deseo era fortalecer acuerdos comerciales entre España y Cuba.

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