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Hoysábado la Universidad de Canto Blanco permanece vacía. La mañana está fría y un sol apagado produce una extraña luminosidad en el ambiente, pero tenemos buen ánimo para abordar esta segunda etapa de 20 km de recorrido.

Ascendemos la rampa y cruzamos el puente sobre la autovía de Madrid-Colmenar, tan transitada en días laborables por los miles de personas que trabajan en la City y por la tarde-noche regresan a sus hogares a respirar un poco de aire puro, tan cerquita de las montañas de la sierra norte de Madrid.

Después de un breve trecho para calentar las piernas, nos encontramos en el antiguo apeadero de Valdelatas y comenzamos el Camino de nuestro Apóstol. Estos primeros tramos de la etapa son un rompe piernas, subidas y bajadas continuas ponen a prueba nuestra forma física, pero también gratifica

el espíritu; la primavera ha venido y la flor de la jara, una de las primeras que florecen, nos avisa de esta explosión de la naturaleza. Quizá sea Machado mi poeta preferido y no puedo dejar de acordarme de él y su melancolía, pero también Juan Ramón Jiménez me embriaga:

Ponte de blanco, Blanca, para ver en el monte la flor de la jara. Flor de la jara que hoy floreces blanca, estrellada de carmín, a la mañana, ¡cuántas veces te he recordado en mi jardín! Ponte de blanco, Blanca, para ver en el monte la flor de la jara.

El camino se cubre de encinas y pinos; todavía se pueden observar los estragos de la reciente gran nevada de Madrid que asoló la comunidad por más de tres semanas, son numerosos los árboles y ramas partidos; una encina milenaria seca queda expectante a nuestro paso; algún búnker de la guerra o pasadizo inconexo. Por fin una de las entradas a ese gran parque y dehesa que es El Pardo que don Francisco Franco tuvo para uso propio en el pasado; Dani (Daniel Corregidor) hace un pequeño comentario que no voy a reproducir aquí.

Pronto alcanzamos las pistas de ciclismo que bordean la autovía; en Madrid existe una gran afición a este deporte y podemos ver numerosos grupos de deportistas que desde bien temprano recorren esta vía, pero no solo en las pistas de tartán hay tráfico, también en los distintos caminos de tierra paralelos a ella, pues muchos usan bicicletas de montaña que hacen malabarismos sobre las dificultades del terreno. Nosotros, respetuosos con los ciclistas, optamos por andar sobre caminos de tierra auxiliares, a expensas de no invadir su terreno llano y cómodo; avanzamos en continuas subidas, bajadas e irregularidades del suelo. Dejamos a nuestra derecha las entradas sur, centro y norte de Tres Cantos, así como la gran mole del hotel Madrid Foro, hoy en desuso por la pandemia, hasta llegar al punto en que el camino se adentra por los campos aledaños a Colmenar Viejo.

Reponemos fuerzas, un plátano para los calambres y reponer potasio, unas almendras secas y mucha agua con sales: en todas las marchas pierdo muchas y es necesario cargarme de electrolitos. Seguimos camino en una bajada continua para llegar a la enorme hoya y depresión que forma el arroyo Tejeda en el término de Colmenar Viejo. El arroyo serpentea y juega con el camino, lleva buena cantidad de agua limpia, cristalina y potable, son numerosas veces las que le atravesamos, y tantas veces fue el cántaro a la fuente que tanto Dani como yo metimos el pie en el agua.

Recorremos la antigua y ancestral colada de las Huelgas del Arroyo,

que tuvo otrora una anchura de 24 varas castellanas, algo menos de 20 m de ancho que no deja de ser una buena longitud; postes modernos de hormigón con una vaca impresa nos declaran que estamos en una vía pecuaria VP; rebaños de vacas, bueyes y terneros de raza avileña autóctona de la sierra de Madrid, pastan en las numerosas dehesas de rica y verde hierba, ajenos a nuestro paso, salvo los terneros que levantan su cuello de la ubre de su madre para observarnos inquietos y temerosos.

En un llano del camino encontramos a un lugareño apoyado en su furgoneta, ya no recorren largas distancias a pie, sino que mantienen al ganado en cercados y, desde la próxima Colmenar, acuden cada día a sacar a pastar a sus animales; el lugar es magnífico, una enorme fuente en la suave colina que las vacas han tomado como propia y un tinado al fondo, recién modernizado por una familia dominguera de Madrid. Como un Labordeta cualquiera conversamos con él, en amena charla, del lejano pasado y del próximo futuro; resulta que el lugar tiene un nombre sugerente: «El Tinado del Mochuelo».

Desde El Tinado la subida es continua, las rampas se suceden una tras otra, pero en nuestra mira siempre permanece la figura de Colmenar Viejo con su torre de iglesia y capitel gótico, ¡qué gran parecido con el de Torrelaguna!, y sobre todo la enorme mole de las montañas y sierra de Madrid aún con ventisqueros de nieve. Entre tramo y tramo algún hito del Camino que la Comunidad de Madrid ha dejado con mucho gusto, dibujando junto a la venera la insignia de la Comunidad.

Seguimos las rampas varios kilómetros sin parar, hasta dejar a nuestra derecha el cementerio municipal y abordar la coqueta y hermosa ermita de Santa Ana, con su entrada en arco de medio punto de granito y su crucero a un lado. Cualquier villa castellana que se precie tiene a la entrada del pueblo ese recuerdo a la madre de la Virgen, de manera que son numerosas las que tienen su ermita dedicada a Santa Ana a las afueras del pueblo. Allí descansamos y damos por finalizada nuestra etapa; el próximo día comenzaremos la tercera en las portadas de la iglesia de la Asunción de Colmenar Viejo.

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2021-05-10T07:00:00.0000000Z

2021-05-10T07:00:00.0000000Z

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