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MASCARADAS Y CERÁMICA PARA COMUNICAR UNA HISTORIA QUE NO ACABE

ERIÁN PEÑA PUPO

Por ERIÁN PEÑA PUPO Fotos CORTESÍA DEL ENRAIZADOS

La ciudad de Barva, en el cantón homónimo de la provincia de Heredia, en Costa Rica, es conocida por preservar, como pocos sitios del país, la mascarada tradicional costarricense. Esta práctica –con lazos comunes con otras de la región y el mundo, y que en el Caribe se emparenta con los “muñecones” de épocas de carnaval– posee un carácter pluricultural y sincrético, al partir de las costumbres y festividades de las comunidades indígenas autóctonas, que incluían la elaboración y utilización de máscaras, como el juego de los diablitos de Boruca; de las celebraciones españolas de gigantes y cabezudos, y sus parlantes y máscaras de papel maché en la época colonial, y del folclore afrocaribeño presente en la zona.

Los “mantudos” o “payasos”, como se les llama a los personajes representados en las máscaras, confeccionadas artesanalmente con barro, madera, papel y yeso, a los que se les agrega la pintura, el armazón y el vestido, desfilan por las principales calles al son de música de cimarrona –pequeñas bandas de músicos aficionados– y el resplandor de los fuegos artificiales. Incluso desde 1997, celebran cada 31 de octubre el Día Nacional de la Mascarada Tradicional Costarricense, en honor a esta costumbre que llena las ciudades de figuras cómicas o grotescas del folclore local, como la Giganta, el Padre sin Cabeza, la Bruja, la Segua, la Llorona, los Cabezudos, el Cadejo, la Calaca, Calavera o Ñata, la Tulevieja, y sobre todo el Diablo.

“A los ticos les gusta mucho el diablo. Les gusta poder reconocerse en algo. Muchas veces se dice que no tenemos arraigo, o que poseemos una cultura débil, pero en realidad lo que tenemos es poca memoria”, asegura el joven artesano y artista Jose Eduardo Montero, creador de la marca Enraizados, un emprendimiento cultural y taller de cerámica artística artesanal, ubicado en Barva y que mezcla las figuras típicas de las mascaradas y la cerámica a favor del rescate de las tradiciones del país. “Creo que Enraizados está cargado de memoria y recuerdos, y sin querer sonar egocéntrico, es necesario para la cultura costarricense”, añade.

Enraizados surge por etapas, dice Jose. De un café en 2012 con Andrea, su pareja y mano derecha en el taller, con el dibujo de un diablito en las paredes de barro de su casa, hasta hoy. “Antes yo estaba explorando la mascarada y la escultura en cerámica, pero no tenía un nombre y jamás hubiese pensado en lo que ahora es Enraizados”. Luego tomó cuerpo la forma del diablo y el diseño del logo, y “antes de que se acabara el 2012 el diablito de Enraizados veía la luz”. Pasó un año y en 2014 se registró la marca, y después otra pausa, cuando Jose va a estudiar una maestría a la Universidad Complutense de Madrid, tras renunciar como profesor de la Universidad Nacional (UNA), pues “necesitaba conocer como se entendía la educación en Artes desde otros lugares”. Fue en setiembre de 2015 “cuando le dediqué al taller mi esfuerzo completo, pensando siempre en que fuese un espacio en que la cultura lograra esa fusión entre el Arte y la Artesanía que siempre había querido”. “Como estoy profundamente enraizado a Barva y a mis raíces, decidí bautizarle así. Y que el logo fuera precisamente un diablo sacando una raíz imposible de extraerse. Que fuesen uno solo”, resalta.

Cada agosto, durante las fiestas populares dedicadas al patrón San Bartolomé, las mascaradas alcanzan un nivel festivo-religioso con importancia económica en Barva, zona rica en fincas ganaderas y de café. Aunque en su familia paterna eran canasteros, dedicados a la cestería en caña y bambú, en Barva “la cultura está en todas partes y cada agosto podía ver las máscaras y mascareros en acción en las fiestas populares”. “Esa imagen es imposible de borrar, es lo que luego entendí me describía como un habitante de

acá. También eran momentos de fiesta y de angustia, porque en momentos de niño era miedo, en otra fiesta, en otros miedos, y en ese devaneo me construí el concepto que para mí es la mascarada”, cuenta.

“Mi interés por la cerámica surge en la carrera de artes en la UNA. Ahí me enamoré perdidamente de la técnica y de las posibilidades que me ofrecía, igualmente del arte, a través de grandes profesores, maestros, colegas y amigos como Robert Rodríguez, Gerardo Selva y Efraín Hernández. Cada uno aportándome desde su profesión y experiencia un poco de este saber”. Allí “explorando los conceptos en mi obra, el tema que más me interesaba era la identidad... Y también a problematizar eso, cada vez me centraba más en la mascarada para poder decir cosas que veía, cosas que me dolían y otras que me gustaban e interesan. La máscara es concepto y motivo. Primero en mi obra como artista y luego en el producto como artesano. Sin crear una frontera, más bien haciendo que se rocen. También por el placer de hacer”.

A pesar de que la tradición ceramista casi desaparece de Costa Rica con la colonización –aunque se mantiene en algunos lugares del país–, y en Barva solo quedan “breves apuntes arqueológicos”, Jose Montero explora y estudia “la cultura de cerámica precolombina para aproximarme a las formas de hacer antiguas, pues intento recuperar un poco de esa memoria”.

Creadas a partir de las técnicas del torno y el modelado, “el torno para las utilitarias y el modelado en lo que respecta a la parte escultórica”, en un proceso de más de dos horas y media por obra, sus piezas se distinguen por la presencia del diablo como figura recurrente y también por los personajes de las diferentes mascaradas (como la giganta y la calavera; otros de leyendas como el Cadejo, la Llorona y la Segua, y animales de las propias mascaradas y también de la fauna local). “No importa tanto en que los utilice, pero es lo que pone el sello, lo que le da vida. El hecho de que sean utilitarias casi todas las piezas (tazas, cafeteras, V60 artesanales para café) es muy retador, y plantea desafíos todos los días para crear obras que mantengan los elementos artísticos, funcionales, estéticos, etc., logrando balance”, añade Jose.

“Los colores también están unidos a recuerdos. Cuando yo estaba más niño los payasos, es decir las personas que se ponen las máscaras, se ponían vestidos de sus abuelas, sumamente coloridos, con flores, muy estridentes, y he querido mantener esa paleta de color y el brillante del esmalte, la «cobertura vidriosa», para que tengan ese brillo que lleva al deseo de querer verlas”.

Enraizados solo hace ventas directas y por pedido. Las piezas van desde 20 USD en adelante. “Para América Latina es un producto de alto valor, por lo costosa de la producción –casi todo es importando–, pero intento tener un equilibrio para no convertir el objeto en un lujo de pocos”.

En Costa Rica sus piezas se pueden encontrar en diferentes establecimientos y tiendas, como Café Barvak y en el Hotel Finca Rosa Blanca, en la propia Barva; en Souvenirs Museum, en Alajuela; en Tienda EÑE Kiosko San José, Cafeoteca, Viva Café y Hotel Aranjuez, en la capital, entre otros. Hay piezas de Enraizados en países como Estados Unidos, Japón, Australia, España, Alemania, Brasil, México, Ecuador,

Chile, Argentina, Francia y siguen viajando, cuenta Jose, pues “al extranjero les da la oportunidad de contar una historia en cualquier momento, por lo que muchas personas las eligen como regalo cuando viajan. Les permite contar que en este país la gente se viste de máscaras, que hay un día de agosto que se vuelve una locura en Barva donde una gente le pega a otra gente con vejigas de animales y que todos se ven muy felices”.

Por otra parte, el ritmo de producción es lento: “Intento mantenerme fiel al ritmo que el cuerpo, el material y las situaciones me permitan. A veces es muy rápido, pero es lo que pasa menos. Cada pieza surge de un deseo, mío o de alguien más, lo que pase primero. Así me garantizo que haga cada cosa con muchísimo amor y cariño; además del trabajo. Andrea se dedica a la pintura de casi todas las piezas y luego yo hago los detalles: ojos, boca, cejas”. Nunca diseño en papel. A veces para tener una medida, pero todo es directo a la arcilla «a la prima» y luego el material mismo me va diciendo como se puede desarrollar, que no hay que hacer”.

Cada pieza es única, lo que añade un valor coleccionable. “A veces es complicado porque se cometen «errores» hermosísimos y difícilmente replicables; la garantía de que van a quedar iguales no existe. Las piezas tienen mucho de nosotros: las huellas de los dedos, la fuerza al hacer la presión en el torno, la pincelada, cada una recoge un momento específico de nuestras vidas”.

Planes y proyectos con Enraizados tienen muchos, pues “el diablito es un sobreviviente de la cultura”, pero Jose Montero los resume de la siguiente manera: “Seguir, por dicha pudimos continuar haciendo a pesar de la Covid-19. Queremos llegar a más gente, generar comunidades de aprendizaje con el Arte aprovechando la experiencia docente. Hacer una exhibición individual de escultura es un sueño que poco a poco veo más cerca, y que espero ver materializada en 2022. Estudiar más técnicas en otros países también; en general aprender de más gente”. Y que “cada día el barro nos permita comunicar una historia que no acabe”.

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2021-09-29T07:00:00.0000000Z

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