Jardines de la Reina, santuario marino de Cuba

BAUTIZADO ASÍ POR CRISTÓBAL COLÓN, ESTE GRUPO DE ISLAS ES UNO DE LOS ECOSISTEMAS MEJOR CONSERVADOS DEL CARIBE, CONSIDERADO POR EXPERTOS UN EXCLUSIVO PARAÍSO PARA LA PESCA Y EL BUCEO

El ilustre marino genovés quedaría abismado ante la impresionante belleza de parajes de increíble fascinación y encanto, a los que viera cual jardines de su majestad la Reina Isabel de Castilla. Quizás el almirante Cristóbal Colón analogaría las espectaculares visuales del laberinto de islas, que tachonan el horizonte de infinitas gamas de azules y cristalinas aguas, con los jardines del Alcázar de sus majestades en Córdoba, a donde Colón acudiera en 1436 en pos de financiamiento para su trascendental aventura.

De formación insular, Jardines de la Reina se encuentra sobre la costa meridional al sur de Cuba, entre el Golfo de Guacanayabo y la Bahía de Casilda, a lo largo de más de 360 km, con unas 661 formaciones de cayos y cayuelos.

Aquí se desarrollan miles de organismos sésiles, peces, crustáceos e invertebrados marinos, con una adecuada compensación biológica

y estabilidad en la cadena trófica, lo que ha permitido una variada representación de nuestras especies. En el caso de los peces se hace inusual la gran talla de los mismos, así como la abundancia de sus poblaciones, lo que convierte a este sitio en uno de los más espectaculares del mundo para el buceo contemplativo.

Al norte de la primera línea de cayos se abren espacios de agua cargados de sedimentos de aluvión procedentes de los ríos, canales y escorrentías de las zonas bajas, que arrastran gran cantidad de nutrientes. Extensos y profusos manglares bordean y cierran en ocasiones los cayos y cayuelos, que sostienen una fauna y flora muy especial, mientras que las tramas radiculares constituyen verdaderos santuarios de reproducción y crecimiento de los más increíbles peces y organismos marinos. Se hace común observar a las jutías hacerse al agua y nadar hacia nuevos espacios para alternar sus comederos, y disponer de suculentos retoños de mangle.

Ellas, quizás acostumbradas a la presencia humana, en algunas playuelas se acercan con cautela y desenfado en busca de un mendrugo de pan o una fruta, rodeadas de ermitaños que en conchas de siguas se agolpan dejando filigranas de trazos en la arena tras los restos de alimento.

Las Marbellas y los Garcilotes delatan la ubicación de sus nidos en la verde trama del manglar, tras la huella de sus blancas deyecciones en las zonas escogidas para el anidamiento.

La silueta característica del Pelícano Pardo es casi icónica: con su vuelo sobre las aguas y sus constantes zambullidas en pos de cardúmenes de sardinas, anchoas y manjúas, que se desplazan en grandes volúmenes en los bajos y canalizos.

Ensenachos, con “pasas” que se constituyen en un verdadero sifón a merced de las mareas, exhibe diversas áreas de los biotopos marinos, que van desde espacios de aguas de muy lento movimiento hasta canales con corrientes de considerable velocidad.

A partir de su geoformación, algunos de estos cayos tienen condiciones especiales para retener agua dulce procedente de la

lluvia, a la que se accede directamente en la superficie de pequeños lagunatos, “casimbas” o pozos originados generalmente por la acción antrópica.

Kilómetros y kilómetros de playas de blancas arenas, son escenarios en diferentes épocas del año de una estampida y carrera hacia la vida de miles de pequeños quelonios que abandonan el calor de sus “puestas” bajo la arena, hacia el infinito mar.

Este paraíso siempre ha fascinado a los hombres. Pocos sitios en el mundo atesoran una curiosa relación tan próxima y amigable entre los seres humanos y la naturaleza, proporcionada por la eliminación de la captura comercial de peces hace más de 20 años, decisión que contribuye a legar a las futuras generaciones un verdadero paraíso, digno jardín para una reina.