SOMOS LATINOAMERICANOS, HISPANOAMERICANOS E IBEROAMERICANOS… Y DEBEMOS HACERLO EVIDENTE
POR: ANTONELLA RUGGIERO, PERIODISTA, COMUNICADORA Y DIRECTORA DE LA ACADEMIA IBEROAMERICANA DE GASTRONOMÍA FOTO: ARCHIVO EXCELENCIAS
NOS ENTENDEMOS EN LA LITERATURA, NOS REÍMOS DE NUESTRAS PROPIAS MISERIAS EN EL CINE, APRENDEMOS A DEGUSTARNOS EN LA GASTRONOMÍA, NOS BAILAMOS Y CANTAMOS EN LOS CONCIERTOS, NOS UBICAMOS EN EL MAPAMUNDI… Y TODAVÍA NO HEMOS SIDO CAPACES DE PONERNOS DE ACUERDO PARA HACER EVIDENTE (EN FORMA Y FONDO) LO QUE SOMOS, LO QUE HEMOS SIDO Y, SOBRE TODO, LO QUE PODEMOS SER
En mi cartera hay una cédula venezolana, una carta d’identità italiana y un número de identidad de extranjero de España. En mi estuche de los documentos conviven un obsoleto pasaporte del Mercosur y otro de la Unión Europea (el primero con un par de sellos de entrada y salida, el segundo es una bitácora de mis últimos viajes impresa en tintas indelebles multicolores).
Soy un mero ejemplo de una latinoamericana, que nació en un lugar en el que se habla una lengua que deriva del latín; hispanoamericana, porque en Venezuela se habla español; y también iberoamericana, porque mi país se enmarca en las naciones de habla hispana y portuguesa. Parece un juego de palabras, un trabalenguas, una reiteración, pero nada más lejos de mi intención.
El asunto aquí es, ¿verdaderamente comprendemos la dimensión en cada caso? Y, en concreto, cuando nos preguntan de dónde somos ¿respondemos, sin titubeos, con el apellido “de Iberoamérica”?
Es muy probable que no, porque nos reconocemos “latinos” y bastante menos “hispanos” o “iberoamericanos”. Estos dos últimos términos no terminan de entrar con docilidad en nuestra jerga por lo que su uso entre nosotros no acaba de generalizarse.
¿Por qué? Porque no es fácil ser nosotros. Nos entendemos en la literatura, nos reímos de nuestras propias miserias en el cine, aprendemos a degustarnos en la gastronomía, nos bailamos y cantamos en los conciertos, nos ubicamos en el mapamundi… y todavía no hemos sido capaces de ponernos de acuerdo para hacer evidente (en forma y fondo) lo que somos, lo que hemos sido y, sobre todo, lo que podemos ser.
Usamos los términos para definir nuestra procedencia, dibujar apegos, tratar de construir hogar en cada letra, para sentir que formamos parte de algo, que estamos integrados en un espacio común grande, macizo y poderoso, en el que se baila joropo, bachata, merengue, tango, salsa o pasodoble.
Conclusión: podemos ser todo. Somos ciudadanos que buscan reconocerse en un maremágnum de cientos de millones de almas a las que el gentilicio, muchas veces, nos pesa y nos estigmatiza.
Digamos que nos estamos construyendo. Pero es buen momento para que empecemos a sacar pecho de lo que valemos y de las potencialidades que tenemos. Fortalezcamos ese territorio compartido, para hacer palanca en las ventajas y no en los infortunios, y para que la iberoamericanidad (permítanme usar este vocablo inexistente) se convierta en un asunto que sea significante y significado.
Valga la pena recordar al célebre Horacio quien, en su obra Arte Poética, escribía: “Renacerán muchos vocablos hoy perecidos y perecerán muchos que hoy están vigentes, cuando así lo quiera el uso, en cuyas manos están el poder de decisión, la ley y la regla”.
Yo soy iberoamericana, ¿y tú?
Es buen momento para que empecemos a sacar pecho de lo que valemos y de las potencialidades que tenemos. Fortalezcamos ese territorio compartido, para hacer palanca en las ventajas y no en los infortunios, y para que la iberoamericanidad (permítanme usar este vocablo inexistente) se convierta en un asunto que sea significante y significado.
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2023-10-11T07:00:00.0000000Z
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