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Pecios españoles, Monumento Nacional de la República de Cuba

TEXTO Y FOTOS: TEODORO RUBIO CASTAÑO

Esa misma noche José Carlos de Santiago, presidente del grupo Excelencias, nos organizó una cena con el agregado de Defensa de España en Cuba y República Dominicana que residía en La Habana. José Carlos no podía asistir porque ese mismo día volaba a los Estados Unidos por cuestiones de trabajo.

La reunión con José Pardo de Santayana, que así se llamaba el agregado de Defensa en aquella época, un coronel de la artillería del Ejército español, era para abordar la declaración del Parque Arqueológico Subacuático como Monumento Nacional de Cuba, con la colaboración fundamental de la Embajada Española en La Habana. España estaba dispuesta a dotar a la declaración de Monumento una cantidad muy importante de dinero.

El encuentro se produjo en el restaurante El Templete. José Pardo asistió en compañía de su esposa y los otros dos comensales éramos Vicente y yo.

Ni que decir tiene que me parece una quimera que yo hubiese podido estar aquella noche, aunque sí, allí estuve.

La cena transcurrió en perfecta armonía. El coronel José Pardo era una persona muy preparada y con una educación exquisita, su esposa no le iba a la zaga en preparación y modales. Nos explicaron que su destino como agregado era su último servicio antes de pasar a la reserva y que era una especie de premio que le otorgaba el estamento militar por una hoja de servicios brillante, con innumerables destinos internacionales incluidos y que estaban encantados los dos por los cuatro años que iban a permanecer en Cuba.

El Coronel tenía unos conocimientos de historia sorprendentes y le interesaba mucho la suerte de los pecios de Cervera.

Llegado el caso, nos habló incluso de la guerra que se estaba produciendo en Ucrania en concreto en el Donbás. Era mayo del 2014 y, hablando del tema, nos contó que él había estudiado estrategia militar en Rusia y que por tanto conocía bien a los rusos, que habría más adelante una guerra de verdad en Europa, en Ucrania concretamente.

Yo le dije, ignorante de mí, que la guerra como tal ya no era posible debido al nivel tecnológico que habían alcanzado los ejércitos modernos… por lo menos eso pensaba yo. José Pardo me dijo «Teo, que equivocado estás».

A día de hoy, mientras estoy escribiendo, con la invasión rusa de Ucrania en plena actualidad, con una guerra convencional y de verdad, resuenan en mi mente las palabras de Pardo de Santayana, ¡Cuántas veces me he acordado y he pensado cuánta razón tenía el militar español!

Íbamos a bucear en el pecio del Oquendo para imponer unas coronas de laurel a las dos tarjas de bronce instaladas en sendas peanas de hormigón junto a la popa del que fuera navío de guerra español

Antes de despedirnos el coronel y Vicente coordinaron para verse en la Embajada española en unos días y abordar de manera oficial la declaratoria.

Fue una noche increíble, pero aún me quedaban más sorpresas que vivir. Voy a seguir contándolas.

Llegamos al 2015, otro año importantísimo. En este período Vicente me había ido contando sobre cómo iba el proyecto de la declaración de Monumento Nacional y decía que, si nada lo impedía, a principios de julio habría un nuevo Simposub y en ese evento se enmarcarían los actos dedicados a la declaración y que contaba con mi presencia, por supuesto.

Como cada mañana suelo hacer revisé el correo y me encontré uno que me enviaba Pascual Cervera de la Chica con la siguiente invitación:

La Delegación de la RLNE (Real Liga Naval Española) en Tarragona invitada a la conferencia «De Santiago a Santander. Catalanes de regreso de la escuadra de Cervera».

La fecha era el 7 de mayo, a las 19:30 horas; la organizaba el comandante Naval de Tarragona con la colaboración de Port de Tarragona. El anuncio decía: conferencia «De Santiago a Santander. Catalanes de regreso de la Escuadra de Cervera», a cargo del Capitán de Navío D. Juan Escrigas Rodríguez (Fuerza de Acción Marítima). Lugar: Tinglado nº 1, del Muelle de Costa, de Tarragona».

El correo tenía un comentario en el cual me pedía que asistiera a la conferencia por proximidad, al vivir yo en Cataluña, en representación de la familia Cervera y así lo hice.

Me fui a Tarragona una tarde de mayo en compañía de dos amigos: el historiador José Luis Cifuentes y Manuel Durán: El encuentro tendría importantes consecuencias.

Al llegar al tinglado donde se iba a impartir la conferencia llegó el capitán Juan Escrigas y coincidimos en la puerta de entrada. Nada más verme me dijo: «Hombre Teo ¡Qué sorpresa! No te esperaba por aquí, pero me alegro de volver a verte».

El Coronel tenía unos conocimientos de historia sorprendentes y le interesaba mucho la suerte de los pecios de Cervera

Le conté como había surgido la ocasión y pasamos a la sala. Juan iba vestido con el uniforme de gala de Capitán de Navío de la Armada Española, de un blanco impoluto y cargado de condecoraciones.

Se dirigió al atril y nos invitó a mis compañeros y a mí a sentarnos en primera fila. Dio una conferencia magistral de esas que por la emoción te provocan casi el llanto.

Sin querer me convertí para Juan en un referente. Cada vez que hablaba de un buque o de los pecios me miraba con complicidad, incluso en alguna ocasión dijo que en la sala había una persona que sabía perfectamente de lo que estaba hablando, un submarinista que había buceado en todos los pecios españoles de Santiago de Cuba.

Acabada la conferencia, que fue apoteósica, y tras un larguísimo y entusiasta aplauso colectivo, se dirigió al público señalándome y nombrándome y dijo que Teodoro Rubio, tal vez el español que más había buceado en los pecios del 98, se encontraba en la sala.

Se abrió un turno de preguntas y alguien me preguntó por la situación de los pecios. Con la autorización de Juan le respondí.

Una vez concluida la sesión me fui a fotografiar junto a Escrigas y a decirle que me había parecido tan magistral su conferencia que tenía que ir a darla a Santiago de Cuba, en los actos de declaración de los pecios de Cervera como Monumento Nacional de Cuba, que eso sería lo

Juan pertenecía a una estirpe de marinos de la Armada desde mucho tiempo atrás. Su bisabuelo Rosendo había sido condestable del Reina Mercedes

máximo. Juan me contestó que era imposible porque era el jefe de la Fuerza de Acción Marítima de la Armada Española en Cartagena, con 13 buques a su cargo y su mando estaba vinculado directamente a la OTAN, por lo que difícilmente iba a poder abandonar el país para desplazarse a Cuba.

Me confesó que nada en el mundo le gustaría más que estar en Santiago de Cuba en ese acto dando la conferencia pues para él Santiago era un lugar especial. Juan pertenecía una estirpe de marinos de la Armada desde mucho tiempo atrás y me contó que su bisabuelo

Rosendo había sido condestable del Reina Mercedes y que había fallecido en Santiago de Cuba, en el 98, durante la invasión estadounidense. Él nunca había estado en Cuba y eso era una asignatura pendiente en su vida. Por eso le gustaría estar en Santiago de Cuba para rendirles un querido y deseado homenaje.

Yo le dije que, si me autorizaba, le escribiría al agregado de Defensa en La Habana José Pardo de Santayana, al cual conocía personalmente, pidiéndole ayuda y que no se perdía nada con intentarlo. Me aclaró que el también conocía al coronel Pardo de Santayana y que si yo quería intentarlo no había inconveniente de su parte, aunque lo veía casi imposible.

Otra vez me vi implicado en una de esas misiones difíciles que, incomprensiblemente, he ido realizando a lo largo de los años y en muchas ocasiones, como si fuese un sagaz agente secreto, había conseguido culminar.

Esta no era nada fácil, más bien todo lo contrario, y a ello me puse.

De inmediato le escribí al coronel Pardo de Santayana a La

Habana contándole con detalles la conferencia de Juan en Tarragona y lo importante que sería su presencia en Santiago de Cuba. Al poco tiempo me contestó que no era posible porque no disponían de presupuesto.

La lectura de aquel correo fue desalentadora, pero no sé por qué en vez de «arrojar la toalla» y dedicarme a cosas más normales para mí como, por ejemplo, mi aburrido trabajo como administrador del Punt de Servei de ENDESA, tuve la ocurrencia de escribirle el mismo correo, lo que se dice vulgarmente «copiar y pegar», a Gladys Collazo, la directora de Patrimonio de Cuba.

Al poco tiempo me contestó. Su mensaje era mucho más alentador pues decía que le había gustado mucho la idea e iba a realizar las acciones y gestiones pertinentes para tratar de conseguirlo y que me informaría debidamente.

Así fueron pasando los días hasta que un medio día llegando a mí casa me entró a través del mano libres del coche una llamada con un número de teléfono de Cuba que no tenía registrado: era

Gladys quien me llamaba desde su oficina de La Habana para invitarme oficialmente.

Me dijo que no podía pagarme el billete de avión, pero mi estancia la tenía pagada en Santiago de Cuba con alojamiento y manutención, precisamente, en el hotel Sierra Mar de Chivirico, donde había empezado todo.

También aprovechó para decirme que lo de Juan Escrigas estaba bien encaminado, aunque no era definitivo, y que contaba con mi presencia para que ayudara a Vicente. Sé de lo que me hablaba Gladys porque Vicente, hombre de gran determinación, cuando tenía un objetivo en el punto de mira no cejaba en su empeño hasta conseguirlo.

Todavía me iba tocar resolver otro problema que surgió sobre la marcha. Un domingo por la tarde pocos días antes de viajar a Cuba, me llamó Vicente desconsolado. Acababa de hablar con Ángel Luis Cervera y le había dicho que no venían al Simposub ni Pascual ni él porque estaba escribiendo un libro y si acaso iría el próximo año o el otro a presentarlo. Vicente no

En 2015, Cuba declaró Monumento Nacional al Parque Arqueológico Subacuático Batalla Naval de Santiago de Cuba 1898, donde yacen los pecios de la escuadra del almirante Cervera

había logrado convencerlo y me pidió encarecidamente que lo intentara yo porque en todos los portales de internet y en la web del Simposub se anunciaba la presencia de la familia Cervera en los actos de la declaración y si no venían, dijo, el comité organizador presidido por él iba a quedar en ridículo. Así lo hice.

Tras terminar la conversación colgué y marqué el número de móvil de Ángel Luis para exponerle lo que me acababa de contar Vicente y de la vital importancia de la presencia en el evento de su primo Pascual Cervera y la suya. Sutilmente le hablé de la posible presencia de Juan Escrigas, del agregado el coronel José Pardo y de una persona encantadora e importantísima que debían conocer sin ningún género de duda que era la directora de Patrimonio de Cuba.

Mis palabras fueron lo suficientemente convincentes para que Ángel Luis me dijera que iba a hablarlo con Pascual y en un rato me diría algo al respecto. Efectivamente, al cabo de poco tiempo me llamó para decirme que se venían conmigo los dos a Santiago de Cuba y que ajustaríamos vuelos para ir los tres juntos. Se obró otro «milagro», yo ayudé a que se produjera.

En medio de esos líos y de mi trabajó, todavía saqué tiempo para escribir un monográfico dedicado al buceo en los pecios del 98 titulado «Los pecios de la Escuadra de Cervera en Santiago de Cuba, más que buceo, una inmersión en la Historia».

UNA OLA DE EMOCIONES

Llegó el día de nuestra partida, el primero de julio, y volví a viajar a Cuba con mis amigos Ángel Luis y Pascual Cervera. Esta vez íbamos a algo grande: a los pecios de los barcos que comandaba su bisabuelo, el Almirante Cervera, se les iba a otorgar la categoría de Monumento Nacional de la República de Cuba.

Previo paso por La Habana volamos a Santiago de Cuba. Fuimos a la oficina de Vicente y pudimos ver las tarjas de bronce que se iban a instalar en el fondo del mar junto al pecio del Oquendo. Una estaba dedicada a los marinos españoles caídos en el combate naval del 3 de julio de 1898, y la otra con el símbolo de Monumento Nacional.

Estando allí me llevé otra sorpresa mayúscula: en la puerta aparecieron el agregado de Defensa, coronel José Pardo de Santayana; el capitán de navío Juan Escrigas y el contralmirante en la reserva García de Paredes, quien resultó ser nieto del segundo oficial del Colón, el general José de Paredes.

Tarjas ubicadas en el Castillo del Morro San Pedro de la Roca, que forma parte del cinturón defensivo de la ciudad de Santiago de Cuba.

Nos presentaron a García Paredes. Él y Juan Escrigas venían en representación de la Armada Española.

Nada más verme Juan me dio un fuerte abrazo y me dijo «te debo una y muy grande, gracias a ti aquí estoy».

Tras un acto inaugural fantástico, con un performance dedicado a la Escuadra de Cervera digno de elogio, pasamos al Salón de Vitrales de la Plaza de la Revolución Mayor General Antonio Maceo Grajales.

El Simposub de ese año estaba dedicado también a rendirle homenaje al científico local Fernando Boytel Jambú, una personalidad muy vinculada al mar.

Con un Salón de los Vitrales lleno a rebosar, adornado con fotografías subacuáticas de Noel López y del pintor habanero Reynaldo Villamil, el conservador de la ciudad Omar López y Vicente leyeron el programa y comenzó el evento que iba a generar una ola de emociones indescriptibles.

Juan Escrigas dio su conferencia, la misma a la que yo había asistido en Tarragona y fue la apoteosis: el público asistente en pie, aplaudiendo a rabiar y vitoreando a Escrigas, un éxito total, en un salón lleno de autoridades y personalidades locales y estatales, entre ellas Gladys Collazo, su adjunto en Santiago de Cuba, Suidberto Frutos; el Embajador de España en Cuba Juan Francisco Montalbán, el agregado de Defensa, el contralmirante y un largo etcétera.

Ángel Luis y yo tuvimos la oportunidad de impartir nuestras conferencias, también recibimos el elogio del público asistente, pero nada que ver con lo de Escrigas. Lo que sí puedo decir es que entre quienes se interesaron por mi escrito sobre los pecios estuvieron José Carlos de Santiago, para publicarlo en su revista, y Olga Rufins, la representante de la oficina de la UNESCO en La Habana, para publicarlo en la web de esa prestigiosa institución de Naciones Unidas.

Al día siguiente el destino me tenía reservado otro buen regalo... como era habitual salimos desde el muelle de Punta Gorda, en el viejo y lento catamarán. Íbamos a bucear en el pecio del Oquendo para imponer unas coronas de laurel a las dos tarjas de bronce instaladas en sendas peanas de hormigón junto a la popa del que fuera navío de guerra español.

Para ese menester fui elegido por Vicente en compañía de la arqueóloga subacuática vasca María Intxaustegui, quien asistía al Simposub también como conferenciante.

Se dio la circunstancia que seríamos una vasca y un catalán los elegidos para homenajear a los marinos caídos del 98 en un conflicto surgido de la rebelión de una provincia de ultramar, y se daba la paradoja de que los dos éramos ciudadanos de las dos regiones más beligerantes en la actualidad contra el poder central de Madrid, como lo fue Cuba en el siglo XIX.

Ese gran honor quedó inmortalizado, además, con una foto subacuática en la tarja dedicada a los marinos españoles donde posábamos para la posteridad Ángel Luis y yo. Dicha fotografía pasó a formar parte del libro dedicado al 500 aniversario de la fundación de la ciudad de Santiago de Cuba.

Por si fuera poco, salimos en los telediarios cubanos, en el provincial y el nacional donde aparecí bajo el mar buceando en compañía de María y portando entre los dos una gran corona de laurel ¡cuándo me iba a ver en otra como la de aquel día!

En aquel viaje obtuve una colección de fotografías dignas de destacar, entre ellas una en compañía de Juan Escrigas, vestido de oficial de la Armada, frente al cañón del Oquendo, en la playa de Juan González; otras en la misma situación con Ángel Luis y Pascual Cervera, en el Castillo del Morro; una espectacular con Ángel Luis, Pascual, Juan Escrigas, Vicente y Omelio, todos tipos enormes y yo a su lado semejando casi un niño.

También conseguí una foto de familia con todas las personalidades asistentes, incluidas las tomadas durante la ceremonia del cañonazo. Allí estaban delante de la muralla de la fortaleza, con la bahía de Santiago de Cuba de fondo, Gladys, el Embajador de España y el entonces Ministro de Cultura cubano, señor Julián González, entre otros.

Como colofón pude asistir, acompañando a todas las autoridades al homenaje a los tres ejércitos beligerantes en la Loma de San Juan, y volví a tener el honor de imponer una corona de laurel, en la compañía del arqueólogo cubano Alexis, a la estatua del soldado estadounidense.

Nos dependimos de Santiago de Cuba visitando las bodegas Don Pancho, «La catedral del ron cubano», para disfrutar de unos buenos tragos de posiblemente el mejor ron del mundo.

A continuación visitamos el Ayuntamiento de Santiago de Cuba, donde les otorgaron a Ángel Luis y a Pascual Cervera un diploma de viajeros ilustres que habían visitado Santiago de Cuba. A mí, el Embajador español me entregó un diploma como ponente en el Simposub.

Al día siguiente regresamos a España después de unos días intensísimos.

El Simposub de ese año estaba dedicado también a rendirle homenaje al científico local Fernando Boytel Jambú

SUMARIO

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